Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1861-1862 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 11 de enero de 1862
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 34, 509 a 512
Tema: Estado de la imprenta

El Sr. VICEPRESIDENTE (Monares): Se procede a la discusión de la proposición del Sr. Sagasta.

El Sr. SECRETARIO (Millán y Caro): Dice así:

"Pedimos al Congreso se sirva declarar que la ley de imprenta ha sido abusiva y arbitrariamente aplicada por el Gobierno y sus delegados.

Palacio del Congreso 9 de Enero de 1862.=P. Sagasta.=Vicente Rodríguez.=Ramón Rodríguez Leal.=Carlos María de la Torre.=José María Vera.= Mariano Ballesteros.=P. Calvo Asensio."

El Sr. SAGASTA: Voy a dirigir una pregunta al Gobierno respecto al objeto de esa misma proposición.

El Gobierno, con el pensamiento laudable y patriótico sin duda de que no se interrumpa la discusión de los presupuestos, tuvo por conveniente aplazar para tan largo tiempo el contestar a mi interpelación, que me creí en el deber de presentar la proposición de que se iba a dar lectura en este momento; pero después del acuerdo que el Congreso tomó antes de ayer, mi interpelación, ni en mucho ni en poco ni en nada puede interrumpir la importante y apetecida discusión de los presupuestos. La razón que se me dio por el Gobierno para no contestar a mi interpelación, que era la de que no se interrumpiese la discusión de los presupuestos ha desaparecido, una vez que todos los días hay necesidad de dedicar las dos últimas horas de la sesión a aquella discusión.

Así pues, ya que el obstáculo que el Gobierno veía para contestar a mi interpelación ha desaparecido, yo espero que el Gobierno no tendrá inconveniente en que yo la explane, cumpliendo de ese modo las esperanzas que me hizo concebir tanto con la contestación que públicamente me dio cuando tuve la honra de anunciarla, como con las pocas palabras que tuve el gusto de cambiar en el salón de conferencias con el Sr. Ministro de la Gobernación.

Si es así, me alegraré mucho, retiraré la proposición presentada, y en lugar de levantarme a apoyarla, lo haré para explanar la interpelación anunciada.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Monares): Puede V. S. apoyar la proposición.

El Sr. SAGASTA: Me parecía a mí que esta indicación exigía de parte del Gobierno ya que no por otras consideraciones que yo no quiero decir aquí, por respeto al Gobierno mismo, alguna contestación, y yo espero la contestación que tenga por conveniente darme; para mí todas son iguales; pero para el Gobierno hay una que le podría ser más ventajosa.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Posada Herrera): Estaba pensando que es lo que había de decir al Sr. Sagasta; no se me ocurría qué contestarle; soy sincero; porque S.S. tiene una proposición presentada en uso de su legítimo derecho; no la ha retirado, y pide al Gobierno contestación para retirarla. Si el Sr. Sagasta la hubiera retirado y hubiese apelado a la sinceridad del Gobierno, el Gobierno no hubiera tenido dificultad en contestar a S. S.

El Sr. SAGASTA: El Sr. Ministro de la Gobernación comprenderá que lo que acaba de decir no puede considerarse como una razón. Yo digo que si S.S. está dispuesto a contestar a mi interpelación, retiro la proposición: la [509] proposición tiene un origen especial; fue un recurso fundado en la razón que S.S. tenía para no contestar a la interpelación.

Yo de buena fe y con sinceridad; apelo a la buena fe y sinceridad del Gobierno, y digo que pues la razón que tenía para no contestar a la interpelación ha desaparecedlo, podía ahora contestarla, y en este caso retiraría la proposición. Me parece que no puede haber mejor buena fe y sinceridad por mi parte; que diga el Sr. Ministro de la Gobernación si contesta o no a la interpelación.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Posada Herrera): ¿Ha retirado S.S. la proposición?

El Sr. SAGASTA: Queda retirada.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Posada Herrera): Estoy conforme en que S.S. explane la interpelación cuando guste.

El Sr. SAGASTA: Señores, contestando al reto que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros dirigió a las oposiciones relativamente a la cuestión de imprenta, y más que para responder a este reto, en cumplimiento del compromiso que el Sr. Olózaga contrajo cuando al ocuparme del dictamen de la comisión de Contestación al discurso de la Corona, manifestó que pasaba por alto la cuestión de imprenta, porque su importancia exigía un debate especial que provocaría esta minoría, me levanto hoy a explanar aquella interpelación.

La cuestión de imprenta no ha sido tratada con el detenimiento ni en los detalles que exige el estado en que se encuentra; ni era posible hacerlo así en la discusión del mensaje, porque abrazando este los asuntos en globo, no se presta más que a un examen general de la marcha política del Gobierno en aquellos asuntos de más trascendental importancia.

Pero si bien es cierto que no se ha tratado esta cuestión de una manera especial en aquella solemne dilución, no es menos cierto que los eminentes oradores que en ella tomaron parte hicieron algunas observaciones, que aunque de paso y a la ligera, fueron presentadas con tal maestría y con tanto talento indicadas, y de la misma manera que el huracán deshoja las mas galanas flores y arrebata los más sazonados frutos, convirtiendo en aridez el vistos traje de los campos, así aquellas rápidas observaciones quitaron a la cuestión el encanto que produce siempre la novedad, y que a falta de las dotes del encargado de explanarla, podría contribuir a fijar la atención de los Sres. Diputados.

Aún así y todo, entro con gusto en el debate, porque yo acepto con gusto los deberes de la oposición, que no siempre son gratos, y que hoy seguramente son, por aquella circunstancia, bien desagradables. Aún así espero que el Congreso no asistirá indiferente al desenvolvimiento de una cuestión que si siempre es de suyo importante, hoy por la conducta que el Gobierno ha seguido en ella, es no solo importante, sino grave y de trascendentales consecuencias.

Y confío en que el Congreso no asistirá indiferente al desenvolvimiento de esta cuestión, no porque así me lo manifieste el estado de la Cámara ahora, que no me extraña; las disidencias de familia deben solventarse, mejor en el Congreso, en los pasillos y en el salón de conferencias. Cuando eso se arregle, cuando se acaben esas disidencias que conmueven a la familia, yo espero que los Sres. Diputados volverán a esta discusión como a otras discusiones importantes. Una vez pues arregladas esas disidencias, para lo que se necesita sin dudad la intervención de los Sres. Ministros, pues sólo ha quedado en su bando el de la Gobernación, volverá la mayoría a hacerse cargo de las observaciones que tengo que hacer, que son muy importantes, y aún confío en que esta mayoría tan disciplinada, y si no así porque la palabra disciplina no suena bien a los oídos del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, tan puesta en tacto de todos, tan regimentada, tomará alguna determinación relativamente a este importante punto.

Y hoy, señores, después del estado en que ha quedado la Cámara, después de la discusión que ha ocupado al Congreso, después del poco tiempo que me queda , porque tengo que estar atento al movimiento de las manecillas del reloj, teniendo también en cuenta que como sábado habrá peticiones con arreglo al Reglamento, no entraré en el fondo de la cuestión, puesto que mi discurso, según el acuerdo de la mayoría, se ha de hacer por entregas, la entrega de hoy será breve; pero quiere decir que continuará otro día.

No me detendré, Sres. Diputados en el examen del proyecto de ley a que hoy está sometida la imprenta. De todos es sabido y por todos confesado, que en vez de ley de imprenta, es un potro para al prensa. Se va haciendo costumbre creer que las leyes de imprenta tienen por objeto crear o autorizar o conceder la libertad de la prensa, como si fuera por las leyes por lo que los ciudadanos piensan hablar, escriben y publican su pensamientos; y este es un error, error que va haciéndose demasiado común por desgracia, y que puede traer y ha traído ya malas consecuencias. No es pues por la ley por lo que los ciudadanos piensan, hablan, escriben y publican su pensamientos; no es por la tolerancia de los Gobiernos, no es por la voluntad de nadie; es por un derecho superior a los Gobiernos; es por un derecho anterior a la ley, por un derecho natural, en fin, que debe y puede extenderse siempre hasta tocar en la esfera de acción del os derecho s de los demás, y para cuyo sostenimiento, y no para su destrucción, es para lo que se hacen las leyes, que no son más que instituciones protectoras de la libertad de imprenta, que fijan, que determinan el límite en que puede empezar a ser dañosa al derecho de los demás. Sólo bajo estos principios es como pueden establecerse límites legales a la emisión del pensamiento; sólo atendiendo a consideraciones de esta índole es como pueden hacerse las leyes buenas; y como la ley a que está hoy sometida la imprenta está basada en principios enteramente contrarios, y en vez de procurar la libertad a la imprenta, la comprime; en vez de moderarla, la precipita; en vez de moralizarla, la pervierte.

Pero sea de esto lo que quiera, que yo no voy a entrar en el fondo del proyecto de ley a que la imprenta está sometida, buena o mala; ¿ha debido el Gobierno aceptarla como tal? ¿Se ha visto en la necesidad de aplicarla, o por el contrario ha podido y debido no aceptarla?

Los Sres. Diputados recordarán que sólo por una autorización rige esta ley, y que la autorización fue pedida y concedida en vista de las circunstancias extraordinarias en que se hallaba una parte de la Península, y de los peligros más o menos reales que, según se decía, amenazaban al resto de la Monarquía. Recordarán también que esta autorización fue concedida por otra parte para que se plantease mientras las circunstancias lo exigiesen, y pudiera así servir de ensayo para en el mismo proyecto de ley hacer después las modificaciones convenientes.

Esta idea, señores, no es mía; esta idea es de los mismos que apoyaron con su palabra y con su voto aquel proyecto; esta idea es de una persona muy autorizada en esta cuestión: es del Sr. González Brabo, que presidía la comisión que dio dictamen acerca de la autorización pedida para plantear el proyecto de ley de imprenta.

Pues bien; una autorización no obliga; los Gobiernos autorizados para hacer una cosa, pueden hacerla o dejarla [510] de hacer, sin que por eso caigan en responsabilidad: por consiguiente, este Gobierno, todos los Gobiernos, aún el mismo autorizado, pueden prescindir de la autorización después que pasan las circunstancias que lo motivaran, y aún durante estas circunstancias.

Si pues cualquier Gobierno podía haber prescindido de ese proyecto de ley sin incurrir en responsabilidad, este Gobierno ha debido prescindir de él, y ha faltado a su deber no prescindiendo. Y ha faltado a su deber adoptando ese proyecto de ley, porque lo combatió en la oposición; y los compromisos que en la oposición se contraen son siempre sagrados para todos lo que no pretenden convertir la política en un mercado, y las oposiciones en una repugnante mercancía. Porque la oposición no se hace para combatir a los Gobiernos sólo por el gusto de combatirlos, lo que ciertamente no es muy agradable, sino que se hace como medio de llegar al poder con el compromiso de desechar en él ciertas doctrinas y con la obligación de plantear otras, como manifestación en fin del programa que diaria y constantemente tienen necesidad de dar al país lo que tienen la pretensión de regir sus destinos en los sistemas representativos. Y los que vienen al Gobierno a plantear lo mismo que en la oposición combatieron, esos olvidan sus compromisos, faltan a su palabra, reniegan de su historia, defraudan las esperanzas de su país, y engañan al Trono.

Por eso es por lo que este Gobierno no debía haber aceptado el proyecto de ley; por eso estaba imposibilitado de aceptarlo; por seso ha faltado a su deber aceptándolo.

Pero aún cuando el Gobierno no hubiera traído de la oposición estos compromisos; pero aún cuando no hubiera combatido el proyecto de ley en la oposición; pero aún cuando por las circunstancias que motivaron su autorización le hubiera parecido bueno, todavía estaba imposibilitado para plantearlo, como estaba imposibilitado para plantearlo todo Gobierno que se llama y quiere ser verdaderamente constitucional. El Gobierno que ha venido con la pretensión de regenerar el sistema representativo; el Gobierno que se cree el más liberal, el más constitucional, el mejor de todos los Gobierno habidos y por haber; este Gobierno que tiene la vana pretensión de figurase irreemplazable; este Gobierno que todos los días está haciendo alarde, que nos está diciendo que durante su Administración la Constitución ha sido y será una verdad, este Gobierno se encontró con la Constitución del Estado y con un proyecto de ley planteado por autorización que está en abierta oposición con esa misma Constitución del Estado, y no debió nunca aceptarle.

El proyecto de ley establece la previa censura, y la Constitución del Estado la niega en absoluto. Según la Constitución del Estado no hay previa censura, no puede haberla. Si el Gobierno que viene a regenerar el país; si el Gobierno que viene a hacer una verdad de la Constitución del Estado; si el Gobierno que viene a hacer que sean una verdad las leyes, se encuentra con un proyecto de ley del que podía prescindir por estar planteado por autorización y el más que otro por que traía compromisos de la oposición, y con un proyecto de ley en contradicción la Ley fundamental, ¿qué debió hacer? Si era verdaderamente constitucional, dejar a un lado el proyecto de ley y acatar la Constitución del Estado, aceptando ese proyecto ha faltado a la Constitución; lo que ha venido a hacer con eso ha sido, con pretextos frívolos de legalidad aparente, faltar positivamente a la verdadera legalidad.

Yo comprendo, señores; comprendo que el Sr. Posada Herrera, Ministro de la Gobernación, haya aceptado ese proyecto; siempre es un poco raro vistos sus antecedentes políticos; siempre es raro en quien pretende ser protector, único salvador de nuestras leyes fundamentales; pero lo que no se explica es cómo han ocupado y siguen ocupando ese banco otros Ministros que combatieron esa ley precisamente, basándose en las mismas consideraciones que tengo yo el honor de exponer ahora al Congreso, y particularmente el Sr. Ministro de estado, de cuyo discurso tendré ocasión de leer aquí algunos párrafos cuando me ocupe de una cuestión importante, pero relativa a este punto; y es posible que el discurso del señor Calderón Collantes, del cual tengo que hacerme cargo, porque estaba fundado precisamente en los mismo que vengo yo sosteniendo, es decir, que aquel proyecto estaba en abierta oposición con la Constitución del Estado; es posible digo, que sea uno de los mejor es discursos parlamentarios de S.S.; es posible que sea unos de sus más brillantes triunfos.

Pero ¿qué me importan a mí las opiniones particulares de uno u otro Ministro? ¿Pues no está presente el Sr. Presidente del consejo de Ministros, ya que acaba de entrar, aunque no habló por entonces, porque su prurito parlamentario, su elocuencia parlamentaria se ha desarrollado después, y si no habló por entonces, porqué su prurito parlamentario, su elocuencia parlamentaria se ha desarrollado después, y si no habló por entonces, por lo menos aceptó las ideas emitidas por el Sr. Calderón Collantes, y votó en contra del proyecto de ley, precisamente por las mismas consideraciones que estoy exponiendo al Congreso?

Ya faltó pues el Gobierno a su palabra y a los compromisos que traía de la oposición; ya faltó también a la Constitución del Estado, cosa que no me extraña, porque este Gobierno no tiene palabra mala, pero en cambio no tiene tampoco obra buena. Ya faltó repito a sus palabras, ya faltó a sus compromisos, ya faltó también a la Constitución del Estado, ya faltó a todo esto con la adopción de la ley. ¿Y de que manera, señores, la ha aplicado? ¿Con el uso equitativo, con la práctica prudente y generosa de ese proyecto de ley, ha venido a compensar hasta cierto punto, hasta donde eso fuera posible la arbitrariedad de su adopción?

Me ocuparé en primer lugar de las recogidas; luego de las denuncias, después de las causas de Real Orden, y por último de las arbitrariedades, de las tropelías, de los desmanes de todo género de que ha sido víctima la prensa por el Gobierno, por las autoridades, por sus agentes en Madrid, en las capitales de provincias, en todas partes.

Es claro, Sres. Diputados, que según lo que yo acabo de decir, todo cuanto en la prensa se ha hecho es injusto, es arbitrario, es caprichos; una vez que el régimen a que la imprenta ha estado y viene estando sometida no tiene razón legal de ser. Está fuera de la Constitución del Estado; pero aún admitido este régimen, pero aún aceptada como legítima la legalidad a que ha estado sometida la prensa, todavía ha sido mal aplicada, todavía a la arbitrariedad de la existencia de la ley hay que añadir la arbitrariedad de su aplicación admitida como buena; y admitida como legítima esta legalidad, yo empiezo por reconocer en el Gobierno el derecho que tiene de recoger periódicos; la ley se lo concede terminantemente, la ley terminantemente se lo manda en casos determinados; pero al mismo tiempo que yo reconozco en el Gobierno el derecho de recogida, necesario es que me reconozca a mí el Gobierno que no puede recoger sino en los casos previstos por la ley, dentro de las prescripciones que la ley determina, cuando los periódicos en fin, emitan doctrinas, viertan ideas, hagan manifestaciones que la ley condene.

Pues vamos a ver lo que el Gobierno ha hecho en la apreciación de esta ley; vamos a ver como el Gobierno ha seguido las prescripciones de la ley, y para eso tengo aquí [511] en montón, en tropel, sin orden de ninguna especie una porción de recogidas, la mayor parte de las recogidas de que han sido objeto diferentes periódicos de todas las opiniones, sin reparar en el color político de ninguno de ellos, porque tratándose de la prensa todos son iguales; para todos quiero iguales derechos, para todos la misma libertad.

Y los tengo así sin orden ninguno, sin preparación de ninguna especie, en montón; en fin, porque ha sido tal la falta de criterio, tantas las arbitrariedades y tales los desmanes de que ha sido víctima la prensa, que yo no necesito, para demostrar tantas y tan grandes injusticias, ir escogiendo los escritos que me parezcan más inocentes, sino ir presentando y leyendo al Congreso lo primero que me venga a mano.

Acudo pues al montón?

El Sr. VICEPRESIDENTE (Monares): Puesto que V.S. debe ser más extenso y todavía tiene que entrarse en la discusión de las peticiones por ser sábado, y se ha de dedicar el Congreso a la discusión de los presupuestos a las cuatro, se suspende esta discusión.

El Sr. SAGASTA: Pues entonces he concluido la primera entrega de mi discurso.



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